Cuando llegaba el verano nos íbamos a recoger la cosecha a la era. En el carro que iba tirado por dos mulas, mis padres cargaban los utensilios que íbamos a necesitar en los días que duraba la recolección, una vez que estaba todo en el carro mis tres hermanos, mi hermana y yo, nos subíamos con alegría en el, deseando llegar a la era.
Para nosotros pasar unos días en el campo era como para los niños de hoy ir de colonias
Después de recorrer un camino bastante rústico llegábamos a un arrolluelo que había que pasar, para nosotros era una aventura ver como las mulas y el carro atravesaban el arrollo salpicándonos de agua, después atravesábamos un campo de encinas que pertenecían a una finca que estaba cerca del pueblo, un poco mas adelante estaban las tierras que mis padres habían heredado recientemente de sus respectivos padres.
Lo primero que veía al entrar en ellas eran unos olivos nuevos, puestos al lado de unos cuantos más viejos, recuerdo que solo habia estos las demás tierras eran de secano, mi padre estaba muy ilusionado con los nuevos olivos pues decía que darían mucho fruto.
Pasado este trozo de tierra y al lado de los olivos viejos era donde nos instalábamos. Mi padre unos días antes de nuestra llegada hacía un chozo para dejar la ropa, la comida y los utensilios de cocina que mi madre se llevaba y para resguardarnos del calor en la hora de la siesta y de alguna tormenta propia del verano. Dormíamos al aire libre salvo que como digo antes cayera algún chaparrón. A la derecha en un trozo de terreno llano se ponía la era donde se dejaban las gavillas de trigo cebada o garbanzos para que el trillo las desgranara. El trillo era de hierro, tenia una silla, debajo de esta, unas ruedas en forma de aspas, este daba vueltas y vueltas en circulo, tirado por una mula. Mi padre, cuando trillaba nos llamaba y por turnos nos iba subiendo sentándonos a su lado: Para mi, el mejor paseo ya sea en coche o en cualquier transporte por muy cómodo que sea no es nada comparable al encanto que sentía en aquellos paseos en el trillo.
Cuando el grano estaba suelto se alventaba para separarlo de la paja y entonces ya limpio se echaba en sacos o costales previamente medido con una cuartilla y un medio armú a veces mi padre nos pedía que le ayudáramos a abrir los sacos, casi siempre era yo la que lo hacía, mis hermanos al ser mas pequeños siempre estaban jugando, mis padres jamás nos obligaban a nada, lo que hacíamos era porque como a mi me pasaba, disfrutaba de ayudarles en sus faenas. Para ellos lo más importante era que fuésemos a la escuela y fuéramos respetuosos y honrados con todas las personas que nos trataran.
Por la tarde bien peinaditos y limpios los cinco hermanos nos íbamos a casa de mi tío Alfonsito que vivía en una casa a medio kilómetro de nuestra era , él como se pasaba todo el verano en el campo se hizo una casa. Nosotros como pasábamos poco tiempo teníamos el chozo. A mí me gustaba mucho ir a casa de mi tío pues teníamos que ir por medio del campo sin camino pisando rastrojos sorteándolos para no pincharnos las piernas. Mi madre nos compraba todos los veranos unos sombreros de paja muy grandes para que no nos diera el sol en la cabeza, no obstante, estábamos más negros que el tizón.
Un día a mi hermano José le picó una avispa en el labio superior, se le inflamó tanto que le llegaba a la nariz, nos daba pena pero a la vez nos reíamos pues estaba muy gracioso.
Antes de que fuera de noche volvíamos con mis padres , cenábamos y después hacíamos la cama en la era, con la paja que quedaba de trillar. Todos con gran algarabía ayudábamos a extender las sabanas. Era una fiesta. Mi madre con gran cariño y paciencia ponía orden. Las mulas estaban al lado. Mis padres cogían las riendas para evitar que se fueran o nos las robaran. A mi me gustaba dormir con mis padres y mis hermanos tan cerca.
Mi madre mirando al cielo nos daba una lección de astronomía nos indicaba donde estaba el carro grande (La Osa mayor) el carro pequeño (La Osa menor ) el camino de Santiago ( La vía Láctea) otras veces nos contaba cuentos , el que más nos gustaba era el de”los siete cabritos” pero siempre nos pedía que rezáramos con ella antes de dormir .
Yo, mirando al cielo poblado de Estrellas... Me dormía y era completamente feliz.
Han pasado sesenta años y al evocar estos recuerdos tan lejos en el tiempo y tan cerca en mi corazón sigo sintiendo al recordarlos, el mismo encanto que sentía a los doce años al vivir aquellos días de mi infancia.