viernes, 20 de junio de 2014

LAS GALLINAS


     Cariño, ve al corral y recoge los huevos que hayan puesto las gallinas. Este era el trabajo que mi madre me tenía preparado, cuando a las seis de la tarde salía de la escuela.
  Me encantaba  cumplir el encargo de mi madre. A veces me acompañaba mi prima Andrea. Teníamos un pajar al que había que escalar para encontrar el nido donde las gallinas ponían los huevos. Era divertido para las dos, buscar el lugar donde las gallinas más cuidadosas de su intimidad habían puesto el huevo.

 Otras veces ayudaba a mi madre en el cuidado de la  gallina clueca. Pues tenía que sacarla del nido para que comiera. -Es tan grande la dedicación de estas aves a la incubación que ni siquiera dejan el nido para salir a comer-. Mi madre con gran cuidado sacaba la gallina para que comiera y si esta se negaba a comer, mi madre le abría el pico y le introducía la comida.




Esperaba con ilusión a que los pollitos nacieran 



para ver como seguían a su madre.




Cuando esta presentía un peligro. Avisaba con un Cacareo a sus pequeñajos y estos con presteza y confiados se resguardaban debajo de las alas de su cuidadosa mamá.
 Me gustaba ir al corral y ver como las gallinas cacareando  picoteaban el suelo  sin parar. Y el gallo al que le tenía un miedo atroz  -Si veía que me miraba  o se acercaba a mí,  salía corriendo.  En mi inocencia creía que como ayudaba a mi madre cuando sacrificábamos a una gallina, para  comerla en pepitoria, o hacer caldo.



 El gallo me tenía reparo. Creía que me iba a comer a picotazos. A veces me despertaba huyendo de él. Pero ni por esas dejaba de ir al gallinero. Unas veces a recoger los huevos y otras a echar de comer a las gallinas. Eso sí, con una vara en la mano por si veía acercarse a mi enemigo.

Sale el sol
canta el gallo
del gallinero






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